“Tener miedo” huele a cigarro mal apagado que agoniza entre hilos de humo intermitente, en el fondo de un cenicero improvisado y desechable. Huele a fregadero atascado por el que viertes la cerveza que nadie terminó de beber anoche. Huele mal. Y suena peor.
“Tener miedo” viaja en una nueva palabra y encima en inglés, que es más gélido. Ghosting.
Estas letras, que juntas forman una nueva experiencia tenebrosa, encierran en su origen a ghost, pero no al que interpretaba Patrick Swayze, tan abrazable, no. Se refiere a los fantasmas que provocan escalofríos repentinos, a los que están en el origen de las pesadillas, a los que hacen temblar sin ser vistos.
Estos fantasmas son parásitos emocionales, se aferran a tus ganas, se las beben, relamen su sabor y se van. Por sorpresa y con el mismo sigilo con que llegan.
Estos espectros deambulan por aplicaciones como Tinder, esperando un alma nueva que corroer. Y nos está bien merecido, por rendir culto a la prisa. Porque hasta ahí llegamos por pereza, por el ansia de conocer rápido y con la excusa del poco tiempo libre sujeta entre los dientes. Los espíritus que han provocado el nacimiento de la palabra ghosting viven en los mundos digitales donde el miedo al fracaso se esconde detrás de un golpe de muñeca hacia el sí, o hacia el no.
Y esto da mucho miedo.
Pero a mí, más que la frialdad con que desechamos seres humanos a toda velocidad, me asusta que palabras sin color, sin calor, tengan que venir desde diccionarios de otras lenguas para nombrar realidades que huelen a miedo.
Lo dices: ghosting, y entre los dientes empieza a crearse una escarcha afilada que te araña los labios congelados. Tan fría como la emoción que provoca el final que acabas de pronunciar. Porque esta palabra habla de finales abruptos, silenciosos, pestilentes.
Me da miedo la gente que piensa que no mereces un adiós. Que comparte contigo una anécdota de su infancia, un proyecto adulto, una incertidumbre que le araña el descanso, un fundido a beso, una caricia que nos convierte en mapa, sexo que acaba exhausto en abrazo. Les temo porque están infectados de desinterés, y en algunas ciudades está planeando a sus anchas la epidemia.
El ghosting y sus ejecutores habla de una despedida que debes imaginar porque estos seres inertes no te la van a dar. Huelen, como su miedo, a cigarro mal apagado, igual que vuestra historia; a fregadero bloqueado por los terrores enquistados, a alquitrán recién pisado porque no tuvieron paciencia para dejarlo secar.
Dicen que para despedir a los fantasmas hay que dar un buen entierro al fallecido. Y para matar este miedo y exorcizar mi página expulsando a esta ruidosa palabra, lo voy a hacer.
Aquí dejo unas flores para recordar lo que yo sí quise vivir despacio. Que esta ilusión fantasmal descanse en paz.